Llega fin de año, últimos meses de este 2022, y a pesar de todas las cosas negativas o desafortunadas que nos pasaron a los argentinos, las madres y padres de nuestro país, seguimos adelante, siempre (en términos generales, por supuesto. Hay quienes no pueden decir lo mismo por circunstancias quizás, muy adversas). Aclaro esto porque es desde este rol principalmente, el de madre, desde donde escribo estas líneas.
No sé cómo hayan experimentado este 2022 ustedes, pero la verdad es que como mamá trabajadora, todo el año, y sobre todo los últimos meses, estuve corriendo de aquí para allá para ir a las reuniones de padres y cumplir en la medida de lo posible (y hasta de lo imposible) con todas las exigencias de las escuelas de mis dos niños: fiesta de fin de año, traje de fin de año, campamento de fin de año, reuniones de fin de año, cumpleaños (intentando no faltar, porque los niños y niñas merecen que todos sus compañeros vayan a una celebración tan importante, pero no siempre es posible por falta de disponibilidad para traslados, momentos de mucha actividad familiar, enfermedades, etc, etc).
Ustedes dirán; «Sí, todo esto pasa siempre y a una gran mayoría», pero la verdad es que con las dificultades de tantas familias para llegar a fin de mes en un país con una inflación desmedida, las exigencias y contratiempos se hacen sentir un poco más. Ni hablar de las matrículas y las cuotas que aumentaron casi un 100% durante el año. Mencionar esto me provoca cierto alivio, la típica catarsis que nos permiten las palabras.
Llegamos con la lengua afuera, pero todo parece justificarse cuando ves a tu hija o hijo, ahí, feliz, cumpliendo satisfactoriamente con el plan o la etapa que el sistema y la institución educativa propusieron.
Ahí, sí, con la satisfacción del deber cumplido como madre o padre o tutor encargado, viendo los esfuerzos de tu pequeño o pequeña, quien ha puesto todo de su parte para adaptarse, aparecen las lágrimas a borbotones. Es el producto del afán, el empeño de todo un año, que al final del recorrido repercute en nuestras cabezas y el cuerpo, por habernos dividido en mil tareas y roles, tratando de alcanzar los objetivos, de la forma más decorosa posible. Todo se canaliza a través del llanto emocionado.
Sucede también, por supuesto, por el amor que una, uno, tiene hacia su hijo e hija, y al percatarse que están logrando todo lo que les piden, paso a paso, y a veces una piensa que es mucho, mucho. A veces, la sensación es que son demasiado pequeños y distintos para responder a propuestas que tienden a la homogeneización de procesos y dejan muy poco margen a la diferencia y a las particularidades de cada niño. Y en otras oportunidades podemos ver lo que los docentes y la escuela hacen por ellos en su proceso educativo y es maravilloso. Se trata de un tema que en lo personal me produce un vaivén de pensamientos y emociones.
Siguiendo con las instituciones educativas, da tranquilidad ver cada vez a más padres en las reuniones de las escuelas en horarios de plena jornada laboral, pero lo cierto es que más de 85% siguen siendo madres, abuelas, tías o mujeres que se dividen para realizar diferentes tareas para hacer sus quehaceres diarios y mucho más de lo salga extra (casa, trabajo, cuidado de los niños y niñas, reuniones de las escuelas, etc).
Pero retornando a este fin de año, una de las cosas más lindas fue poder compartir con nuestros chicos la felicidad argenta de haber salido campeones mundiales por tercera vez en Qatar.
Nuestros hijos tuvieron la oportunidad de ver triunfar al gran Lionel Messi, en una final épica contra Francia. El mejor jugador del mundo, nuestro, con su genialidad con la pelota, reconocida con 7 balones de oro por el planeta entero. Un gran líder, con carácter, con templanza, mesurado, pero sobre todo con valores humanos, que supo lograr la victoria soñada junto a un equipo también, de grandes jugadores. Incluso, muchos de ellos, fueron sus fans cuando eran más chicos.
Más allá de la gloria, del acto de justicia que muchos creen que se dio al coronar a Messi con la copa Mundial, lo único que le faltaba para que su carrera llegara al elixir, lo verdaderamente importante, es que Messi se convirtió para todas las generaciones, en un ejemplo de tesón, perseverancia y resiliencia. Los ojos del mundo se posaron sobre su persona. Junto a su grupo luchó hasta el final para conseguir la gran meta con respeto, profesionalismo y excelencia. Cuando volvió a la selección argentina, luego de haberse despedido en una oportunidad, Messi regresó para que los niños y jóvenes que lo seguían, «no creyeran que rendirse era una opción en la vida». Esto nos lo recordó Hernán Casciari en una reciente columna imperdible.
Lionel Messi festejó el triunfo de su vida, la frutilla de la torta con un sentido agradecimiento a quien supo ser su sostén, su compañera de vida, Antonella y sus hijos. El abrazo familiar, de este tipo tan común como extraordinario al mismo tiempo, con los suyos, con la gente, nos deja un mensaje que resulta inspirador, que nos motiva a ser mejores, por su profundo significado. Porque su vida, su forma de proceder, más allá de las críticas más adversas que haya recibido por actitudes o enojos de su parte, admite múltiples lecturas e instaura, al fin, un modelo a seguir, en cualquier ámbito de la vida, profesión u oficio que se elija.
Un modelo, un ejemplo, que tiene a su alrededor muchos otros ejemplos y talentos que pudieron forjar su carácter de la mano del deporte, en este caso del fútbol que despierta esas pasiones inconmensurables.
En una época donde los buenos modelos a seguir (los populares y ampliamente difundidos por los medios de comunicación), con valores humanos bien arraigados brillaron por su ausencia durante décadas, la gesta heroica de Messi y su troup (selección argentina) en términos generales, resulta un buen punto de partida, un buen disparador para pensar la unión aunque sea transitoria, de un país dividido desde lo político, económico y social, pero con un fuerte amor por lo propio, que solo es posible revitalizar mediante los actos de amor y profunda entrega que vimos, vivimos y experimentamos los argentinos gracias a estas personas, estos deportistas.
Para este 2023 que llega pronto, deseo más actos de amor, valentía y coraje. Este triunfo que vivimos todos, del modo en que los vivimos, con estos héroes de carne y hueso, hacen que sigamos tomando fuerzas para librar las batallas, sortear los avatares y transitar la vida misma de aquí en más, con fuerzas renovadas y la esperanza, siempre intacta, porque «Rendirse señores, no es una opción en la vida».