¡Queridos payalectores de Qué hacemos ma?! En esta primera columna del año 2017, compartiré con ustedes el relato sobre una de las tantas intervenciones escénico-terapéuticas que realizo como payamédica junto a mis colegas. Espero que la disfruten leerla, tanto como yo, al escribirla.
Se me hizo tarde, doblé chiquitito mi vestuario de payamédica recién descolgado de la soga y metí a presión mi payavalija en esa mochila que uso para llevar al hospital, salí corriendo de mi casa y mirando de reojo estiré la mano para tomar ese vehículo amarillo con lucecita roja que suele salvarme cuando estoy apurada en el centro de Córdoba –¡Taxi, Bingo!, me dije, y subí desplomando todo mi cuerpo cansado, pesado, y destemplado, sobre el asiento trasero del auto, mientras iba repasando mentalmente todo lo que había dentro de esa mochila que había preparado en segundos.
En la puerta del hospital me esperaba Euge, quien miraba sus pies moverse dentro de sus zapatillas, siempre lo hace y me divierte. Más allá, pude ver a Romi que zigzagueaba entre los autos para cruzar la calle.
Al fin nos encontramos. Besos van, besos vienen, nos preguntamos ¿¡Donde estará Vale!? Decidimos entrar al hospital, abrazamos nuestras mochilas y nos percatamos de que ningún color de los vestuarios que llevábamos escondidos, pudiera verse.
Sentíamos la magia contenida en nuestros brazos, subimos las escaleras con la mirada al suelo y risas cómplices, hasta que llegamos al Servicio de Pediatría, ese lugar donde desfilan niños con sus papás, muchas veces, jugando. Algunos, vimos, fueron premiados con globos, otros pasaban a la altura de nuestros ojos mientras sus cuerpitos se movían como si estuviesen arriba de un elefante, para un lado y para el otro, todo lo veíamos desde la ventana del lugar.
Nos miramos y golpeamos la puerta de esa habitación llena de libros, guardapolvos, cansancio de guardias y horas de pases interminables que los médicos ponen a nuestra disposición. De repente salió Vale de la puerta grande color gris hospital, con una sonrisa grande. Pronto comenzaría la verdadera magia que íbamos a buscar y a generar, las ganas de jugar contenida se desparramaría en los colores que habitaban nuestras mochilas, en nuestros deseos e ilusiones de encontrarnos con los chicos que nos estaban esperando, pero antes debimos organizarnos.
Vale mostró en sus manos una hoja llena de letras, fechas, y números que serían el mapa geográfico de nuestra intervención payamédica, el documento donde está escrito parte de la historia de los que serán nuestros producientes (pacientes), esa que es el impulso para que empecemos crear.
Entré a la oficina junto a mis compañeras, Euge y Romi, encontré una silla y mi cuerpo volvió a caer desplomado sobre ella, regresó el cansancio de las horas en el hospital y mientras metía parte de mi cabeza en la mochila para buscar mi traje de payamédica dije:–«Desde ya, hoy les digo que no estaré al 100%, me siento engripada y me duele todo». Ellas sólo me miraron comprendiendo la situación.
Una médica de guardia se quedó con nosotros en esa habitación, a ella, las payas la apodamos “azafata de piso”, secreto payamédico, porque siempre guía a las payamédicas en sus aventuras. Nosotras, sin hacer ruido, nos cambiamos mientras ella escribía en su computadora.
Casi automático pero revelador, a medida que me iba vistiendo con la ropa de Chavelina Chaperonina, mi heterónimo payaso, me fui convirtiendo en ella, el juego había comenzado. Apelando a la concentración y al sentimiento profundo de verdad interior, se produjo el cambio que necesitaba. La nariz naranja terminó de habilitar la transformación. En pocos minutos, éramos tres payamédicas a punto de entrar en acción.
En esa transformación, la melodía, la energía, la gripe escapándose, y la magia apareciendo, encontró a Chavelina y sus colegas la Dra Alegria, Dra Valentina y la Dra Animor.
Ese es el momento donde la realidad se transforma ante nuestros ojos, donde no hay espacio para las enfermedades, donde la incertidumbre es el motor de la imaginación, donde detrás de esa puerta gris hospital, que deja ver el paso de muchos niños felices, sonrientes y sanos, hay niños internados, tristes, padres preocupados, diagnósticos inciertos, tratamientos crónicos.
La magia estaba por comenzar y nosotros ya habíamos dispuesto nuestras almas y cuerpos para la intervención artística.
Esta es una simple historia, y con ella les cuento sólo alguno de los días que nos disponemos a hacer nuestras intervenciones en hospitales, pase lo que pase, tratamos de estar para cumplir nuestro propósito: ayudar a sanar con amor y humor.
Los payamédicos realizamos intervenciones escénico-terapéuticas con un abordaje a través de la técnica del payaso teatral adaptándola al ámbito hospitalario con una ética, estética y deontología propia. A modo gráfico, los payamédicos somos las personas que tras conocer la payateatralidad y teniendo los conocimientos teóricos en los que se funda la Asociación Civil Payamédicos, usamos como herramienta el payaso, para que de manera dinámica se logren los siguientes objetivos:
- Contribuir a la salud emocional del paciente hospitalizado.
- Fantasizar (desdramatizar) el medio hospitalario, demostrando al paciente, familiares y equipo médico que el humor, la risa y la fantasía pueden formar parte de su vida en el interior del hospital.
- Mejorar la relación médico-paciente.
- Ofrecer momentos de distracción, recuperando los aspectos sanos de esa persona que está hospitalizada.
- Lograr mayor participación de los familiares y del equipo médico.
- Como efecto catártico que facilita el proceso de elaboración de la situación traumática de la hospitalización.
- Mantener un estado de ánimo optimista sostenido.
- Producción de subjetividad.
- Promoción de aspectos resilientes.
- Creación de territorios relacionales.
- Acompañar siempre.
¡Bienvenidos a Mi mundo payaso!