El balneario El Diquecito de Carlos Paz es quizás más bello en otoño que en verano, con las distintas tonalidades de amarillos y ocres que pintan un paisaje de ensueño. La hojarasca sobre el pasto que casi no se ve, es un manto dorado ideal para zambullirse con los niños, las mascotas o simplemente con el propio cuerpo sin compañía alguna. Observo extasiada ese paisaje que tanto me atrae y pienso en cuántas cosas pueden suceder a orillas de esta zona del río Los Chorrillos y la bendición de su encanto natural.
Y mientras juego con mis niños, una situación inesperada ocurre. Un grupo de chicos, adolescentes entre 15 y 21 años se acercan al lugar en fila india. Llevan cuadernos, lápices, lapiceras y un equipo de música portátil. Eligen un sitio grande para realizar su actividad bajo una arboleda. Son las 16:30 hs de un apacible domingo.
Testigos de una experiencia
Son unos 20 o quizás menos, se disponen en forma de círculo mirando hacia afuera con los ojos vendados. Solo tres de ellos se quedan afuera del círculo. Un joven es el que les comienza a hablar mientras suena una música suave y los otros dos, dos muchachas, se quedan paradas, aguardando el comienzo de lo que parece una ceremonia, o un encuentro importante.
-¿Qué van a hacer mamá?, pregunta Liz.
-Seguí jugando, ellos van a jugar su juego.
-¿A qué van a jugar?
-Tal vez a sanar, le digo, viendo que la ronda que arman me suena muy similar a las ceremonias de constelaciones grupales de las cuales alguna vez, he participado. Pero no, esto es distinto y a los jóvenes no les importa que otros adultos (los pocos que estamos en el lugar) y algunos niños, los observen.
La música suena y el joven que mira a cada uno, les pide que pase al frente aquel que haya sido dejado de lado por sus padres. Todos los chicos, sin excepción, dan un paso al frente. Ese momento causa cierto impacto en mi mente y corazón de adulta… vuelvo mi mirada hacia atrás cuando era una adolescente y trato de entender lo que les pasa.
Estoy leyendo mi libro a unos metros mientras mis hijos juegan entretenidos con las hojas de los árboles, la arena y los perros del lugar, pero ya no me puedo concentrar.
Luego, se oyen otras preguntas o consignas del mismo joven hacia ellos: Que den un paso al frente quienes hayan sido víctimas de maltrato, de abuso. Que den otro paso quienes hayan sufrido o estén sufriendo bullying en la escuela. Den un paso los que agredieron a otros o los que fueron agredidos. Otro paso al frente los que abusaron de sustancias… Y así, una lista de pedidos de esas características. Muchos se alejan cada vez más del centro y a cada petición, marchan hacia adelante….
Algunos de ellos se quiebran, lloran, murmuran cosas y sollozan. Para consolarlos, están las jóvenes que se quedan paradas a contemplarlo todo y evitar que alguien se caiga, porque durante toda la práctica, quienes participan están con los ojos vendados y el dolor los abraza, las piernas se aflojan y una contención es necesaria.
Una vez que finaliza la ceremonia, el joven que lleva la voz cantante les pide que se saquen las vendas y que miren hacia su alrededor. Apagan la música, el silencio inunda el balneario. Cada uno es invitado a tomar un cuaderno y un lápiz o lacipera y comienzan a escribir. Se los nota tranquilos pero muy comprometidos consigo mismos y con los otros, porque sin dudas han movilizado su interior, trabajando sus dolores, sus miedos, y tratando de sacarlos afuera con la intención de mitigarlos…
Enseguida pienso que la contención grupal que logran estos chicos es muy beneficiosa para ellos. Que acabo de presenciar un precioso acto de amor, donde todos los jóvenes se abrazan en la búsqueda de un bienestar interior.
¿Cuántas veces hablamos de la adolescencia como esa etapa donde las intensidades juegan una mala pasada? Hablamos de abuso de sustancias, de conductas inapropiadas, de escándalos y descontrol. Hablamos de los jóvenes como protagonistas de aquello que no se debe hacer con la primitiva idea: ¿qué mundo nos espera con estas creaturas de hoy? Pero pocas veces, en los medios de comunicación o en los entornos institucionales, hablamos de aquello bueno que sí hacen los chicos y chicas, sus prácticas positivas que además son muchas y diversas. Sus intervenciones artísticas, sus agrupaciones en torno a la política, al cuidado del medio ambiente, en torno a ideales o simplemente en torno a gustos y objetivos comunes como puede ser, sanar los dolencias propias y ajenas.
La palabra de una especialista
Ana María Tallar (MP: 120151), Lic. en Psicopedagogía con formación en psicoanálisis, reflexionó sobre la experiencia que tuve en el río, mientras observaba al grupo de adolescentes: “Tiene múltiples perspectivas desde donde pensarlo. En principios coincido en esto de ver por qué se coloca por lo general a la juventud, sobre todo, desde los medios, en la situación de: la juventud está perdida, todo lo que hacen los jóvenes parece que está mal. En su momento eran responsables de que se propagara el virus del Covid porque se reunían en fiestas clandestinas como si esos lugares no fueran también habilitados por adultos, o como si los adultos no estuvieran implicados en eso”.
Y siguió: “En ese momento, del aislamiento por Covid, a los jóvenes no se les estaba dando una forma de encontrarse y vincularse, siendo esto esencial en la vida de los adolescentes. El lazo con el otro, es vital. No es cierto que podamos poner siempre a los adolescentes en el lugar de la pelea callejera, en el lugar de la rebeldía que desafía todo tipo de normativas causándose y causando daño. Se los posiciona en el lugar de quienes son disruptivos de manera totalmente contraproducente para una sociedad”.
Y aquí, la profesional aclaró: “Bienvenido que existan los adolescentes, la vida se renueva y ellos ponen en cuestión un mundo adulto que parece conformarse con el status quo que se decide sostener, más allá de las quejas”.
“Los adultos no se implican por lo general en lo que le pasa a los jóvenes, y miran lo adolescente desde el lado del disturbio y la transgresión”, sostuvo Tallar y agregó: “Porque si somos nosotros quienes esperamos y recibimos a los chicos y los miramos y juzgamos desde ese lugar, ¿cómo armar un futuro desde allí?”.
Sobre la contención de los chicos en el río, su práctica, Tallar habló de lo esencial que es hacer lazo con el otro. “Es vital, armar junto con otros. Los adolescentes no solo se juntan para colaborar en cualquier situación como limpiar el lago, ayudar en un incendio, armar grupos por la ecología entre tantas otras propuestas. En esto que contás, se encontraron para ver qué hacen con sus dolores. Es decir, a través de una situación de desamparo, de rechazo, etc ¿Qué hacer con eso? Creo que los chicos armaron una propuesta ampliamente superadora junto con otros, para sanar, para reparar, para armar un futuro que no signifique repetir esto mismo que ellos han vivido”.
En la adolescencia, los procesos de construcción subjetiva tienen mucho que ver con los procesos de identificación. Por eso se arman comunidades, grupos por afinidades: por el deporte, por la ayuda social, por lo religioso; algo por lo cual hacer lazo como parte del proceso de identificación de los chicos, explicó Tallar.
Lazos para sanar y superarse
“Crean comunidad, se identifican con los modos de afrontar la angustia: de allí que también haya grupos de jóvenes que se cortan así mismos, provocándose dolor en el cuerpo, entre otras cuestiones. En este caso que mencionás, el lazo con el otro es para sanar. La manera de hacer comunidad es para superarse, para hacer lazo en el encuentro con el otro para superar los dolores y marcas que han transitado”, señaló.
Los jóvenes, entonces, hacen algo con lo que les pasó. “Eso ya es enorme, porque no solo vivieron y sufrieron esos dolores, sino que superan eso, hay una propuesta al respecto”, concluyó Tallar.
Yo, desde mi lugar de adulta, agradezco haber sido testigo de la experiencia que sin lugar a dudas, ha servido para seguir pensando las adolescencias y continuar aprendiendo de los jóvenes.