Este año me tocó descubrir que no todos los niños se dejan arropar por la manta de los cuentos. Fue como frenar en seco ante un paredón. Un golpe.
A veces quienes nos apasionamos con algo nos encontramos caminado por la misma senda del enamorado, y nuestro objeto de amor pasa a tener más bondades y virtudes de las que realmente tiene. En mi caso el enamoramiento es con la literatura infantil. Sentía que los cuentos podían acariciar a cualquiera, que ningún niño podría resistirse a escuchar una historia leída con amor, que todos tenían la capacidad de meterse por ese portal invisible de la fantasía. Pues no, no todos. Lo asumo con gran aflicción, porque sé que se están perdiendo de una experiencia crucial de la infancia.
Este año además de los habituales talleres literarios a los que concurren chicos que generalmente ya vienen con una estimulación positiva en cuanto al goce de la literatura, tuve la oportunidad de trabajar en barrios en situación de vulnerabilidad socioeconómica. Me encontré con dos situaciones antagónicas, por un lado, chicos que no habían tenido mayor acercamiento a la literatura que la relacionada a la escuela, pero que se zambulleron en los cuentos, nadaron placenteramente en el mar de palabras y se quedaban esperando con ansias el siguiente encuentro semanal que los hiciera volar con una nueva historia; y otros cuya situación en mi mente, se grafican como una puerta cerrada con llave.
Y aquí vino mi desasosiego al descubrir que mi llave no abría todas las puertas. Por el hueco de la cerradura podía ver qué había del otro lado, ni más ni menos que las deudas sociales de nuestro país.
Chicos acostumbrados a la violencia cotidiana, a los gritos, a falta de contención amorosa, a las carencias de todo tipo. Me sentí como un gladiador con una espada de trapo, sabiendo que los daños a esas infancias tienen que ver con la cuna, porque los niños son consecuencia de las carencias de sus padres y obviamente con libros no se pueden remediar problemas sanitarios, económicos, educativos, afectivos.
Es triste encontrarse con niños a la defensiva, reticentes a recibir una caricia, solucionando todo, desde lo más simple a lo más complejo, por medio de la violencia. Son víctimas inocentes del ambiente que los abarca, por más trillado que suene. A través de esos niños las deudas sociales me dieron un cachetazo de realidad.
Pienso que la educación es la única tabla de salvación posible para cambiar su futuro.
Siempre escribo sobre lo se siento y me costaba mucho hacer una columna totalmente positiva tan solo para cerrar el año cumpliendo con el espíritu felicidad. Por lo tanto me queda escribir con esperanza, que también es un sentimiento digno para cerrar un año y recibir otro.
Escribir deseando que la educación y el trabajo de una buena vez sean valorados como el motor generador de cambios sociales. Deseando que no haya tantos padres adolescentes. Que no haya infancias truncadas. Que la palabra no se use para herir. Que las puertas de la imaginación siempre estén abiertas.
Me quedo con la esperanza y los buenos deseos, y el trabajo que todos podamos hacer desde nuestros lugares, que no es poco. Yo seguiré intentando y resistiendo, como todos los que con amor, guían a sus niños día a día, en el camino de una infancia feliz.
Cuando hablamos de cuentos generalmente nos remitimos a los libros en formato papel y perdemos de vista que un cuento no es más que una historia narrada.
Existen múltiples trabajos que ahondan profesionalmente la oralidad como factor central en el desarrollo evolutivo de los niños y de la sociedad misma a partir de la transmisión de la tradición oral. Quienes deseen profundizar en el tema hay mucha información en la Web.
El espíritu de esta columna es llevar al llano de la vida cotidiana experiencias con la literatura que puedan darnos alguna que otra idea para interactuar con nuestros niños. Por ello quisiera compartir con ustedes fragmentos de una conversación que surgió en una de tantas tardes entre chicos hablando de libros y cuentos, e invitarlos a descubrir de qué se trata esto de “los libros con pies”.