Estamos en el momento donde el marketing halloweenero se cuela en las golosinas, en los programas infantiles y colorea los escaparates de cotillón. La literatura de terror también enciende sus luces aprovechando estos aires de escalofríos. Algunas personas verán asombradas la inmensa variedad de libros embrujados que merodean la literatura infantil y sentirán cierto resquemor ante las alas negras de un murciélago o los afilados colmillos de un vampiro, pero lo cierto es que estos libros gozan de la simpatía de los chicos durante todo el año más allá de la fecha comercial.
Como amante de la literatura infantil, aún quedo pasmada por los miedos que rondan a los adultos, sí a los grandes; ataduras religiosas, morales o vaya a saber de qué tipo, les impiden aceptar que los niños pueden disfrutar de los personajes deliciosos que la ficción crea en un fantasma que se enamora, en un vampiro vegetariano o en un monstruo que necesita ir a una escuela para aprender a ser malo.
El disparate se hace un festín con los personajes oscuros, y la respiración se corta en los caminos que conducen a las tramas de suspenso. Perderse la inesperada sensación de sentir hormigas en la panza cuando una puerta se abre chirriando y del otro lado comienza a agrandase una sombra acechante que puede desaparecer tan solo con cerrar un libro o iluminarse sin linterna al dar vuelta la página, francamente es desaprovechar una experiencia literaria estupenda.
Muchos se sorprenderán saber que educadores infantiles y psicólogos no solo recomiendan cuentos de miedo como una forma de entretenimiento sino porque aportan lecciones importantes en el desarrollo infantil.
Los niños empatizan con los personajes, se solidarizan con el niño que tiene un monstruo debajo de cama o un fantasma acechando desde el perchero, y página a página van encendiendo las luces para descubrir que el fantasma era un abrigo y una bufanda a medio colgar, y que el monstruo era un bollo de medias con un chicle pegoteado y millones de pelusas pavorosas. En definitiva, son los mismos miedos que sienten ellos, ¿o acaso nadie ha visto una figura extraña en el desorden de ropa a medio iluminar? Por eso, se recomienda que lean libros infantiles de miedo o de terror. De esa manera podrán explorar y expresar sus emociones y aprender a vencer sus miedos, o al menos saber controlarlos.
Además, los cuentos sugieren cómo pueden vencer el mal gracias a la astucia y la valentía, por ejemplo. Enseñan también a distanciarse del temor, permitiéndoles razonar y comprender de manera crítica, lo qué está sucediendo.
Tengamos en cuenta que para cada edad hay libros diferentes, uno piensa en cuentos de terror ligados a un pequeño de tres o cuatro años y se estremece un poco, pues hay que saber que básicamente se centran en personajes que terminan siendo adorables como brujas a las que les salen mal los hechizos, o historias de temores propios de esa edad que a una chica de diez años podría resultarle de lo más zonza. Demás está decir que las ilustraciones son un componente sumamente bello, que se disfruta a la par de un buen texto.
Estos libros que disparan preguntas son las grandes oportunidades que se nos presentan a los padres para conversar con nuestros hijos. De hecho, ¿quién mejor que mamá o papá para ayudarlos a procesar lo incierto? En definitiva, a enfrentarse a los miedos que tienen y ayudarlos a vencerlos.
Y además, debemos aceptar que a los chicos les encantan estos cuentos, quizás nosotros en nuestra infancia no hayamos tenido tanto material de este estilo a disposición, pero estoy segura que historias de boca en boca no habrán faltado. Las leyendas, los relatos del campo, los misterios urbanos, todos son componentes de la literatura oral que nos apasionaba escuchar en algún campamento o en una reunión de primos y amigos.
En la pasada Maratón de lectura fui a un jardín en el que la seños habían ambientado la sala en penumbras con velas en el piso y libros colgando en sogas. Cuando los chicos entraron quedaron maravillados y pensaron que leeríamos cuentos de terror, tremenda desilusión se llevaron al momento de decirles que el cuento trataba de sapos. Al instante comenzaron a aplaudir con ritmo de protesta mientras entonaban ¡de terror – de terror! Para que me dejaran iniciar con la narración les prometí que la próxima llevaba unos murciélagos de cartulina y un cuento de terror, o mejor dos. Paradójicamente, a veces se sugiere no leer historias de este tipo; el temor al “qué dirán” termina siendo más aterrador que un cuento de miedo. Esto mismo ocurre en los talleres literarios, si entre las alternativas de lectura llevo un libro de terror, siempre termina ganando la pulseada frente a otro.
La atracción por estas historias y las posibilidades de prolongar la seguidilla con comentarios que alguien alguna vez escuchó, es un plato imposible de rechazar por los chicos y con ellos siempre terminamos hablando de sus propios temores.
El miedo no se despierta por el hecho de escuchar una historia, ya que es una emoción previa, que está dentro de nosotros y poder jugar con las emociones es una oportunidad que nos ofrecen los libros, sólo hay que animarse a abrirlos y descubrir los misterios que se esconden tras sus tapas.
Para finalizar dejo algunos títulos que hemos disfrutado en los talleres con los más pequeños y transcribo un fragmento del libro «La fábrica del terror 1» de Ana María Shua, amado por los lectores de ocho años en adelante.
Fragmento de «CÓMO Y POR QUÉ SE FABRICA EL MIEDO»
Desde hace miles de años, a las personas nos gusta jugar con nuestras emociones. Todos los pueblos de todos los tiempos han inventado historias para hacer reír, otras para hacer llorar y otras para dar miedo.
Cuando todo está bajo control, el miedo puede llegar a ser muy divertido: en el parque de diversiones, viendo una película o leyendo un cuento.
Puedo imaginarme a un grupo de hombres de las cavernas reunidos alrededor del fuego, con mil razones reales para temer (enfermedades, incendios, animales salvajes) y asustándose unos a otros con cuentos de fantasmas.
Cuando yo era chica, el miedo me gustaba y también me daba miedo. Insistía en ver películas de terror y después no dormía durante semanas enteras. No me pregunten por qué: ustedes mismos deberían saberlo.
Me aterraban la oscuridad, la soledad, las puertas cerradas… ¿Quién puede estar totalmente seguro de lo que hay detrás de una puerta cerrada?
Ana María Shua
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