Pensar en autismo es siempre un desafío para mí. Desde ya que pensar en “trastornos del espectro autista” nos invita a reflexionar: cada persona con autismo tiene sus particularidades. Es decir, al igual que los “neurotípicos”, las personas con autismo no son todas iguales ni necesitan todas lo mismo.
Quiero ser literal, como muchos de ellos: encontrarse con una persona con autismo es inevitablemente una experiencia transformadora.
A lo largo de estos años, aprendí (y sigo aprendiendo) muchas cosas gracias a ellos y sus familias: a comunicarme de manera más asertiva, a dar mensajes claros y sin rodeos siempre apoyados en imágenes y/o gestos.
Aprendí que ser firme y directa al comunicarme no es ser agresiva. Aprendí que quedarme callada no es sinónimo de no saber ni de “estar en otro mundo”.
Aprendí a mirar a los ojos, a ponerme a la altura del destinatario y a saber esperar el momento adecuado para dar el mensaje.
Me di cuenta de que estar con otros y vivir en sociedad es un aprendizaje de por vida, que todos somos complejos y especiales.
Me di cuenta de que hay muchas normas y reglas que aprendemos a rajatabla por una especie de “ósmosis” (llamados introyectos desde la terapia gestáltica) y que, por eso mismo, nos cuesta mucho preguntamos para qué las aprendemos.
Uno de mis maestros de 8 años, canta el himno como le sale, a viva voz y con alegría, sus compañeros lo miran de reojo y yo me pregunto ¿quién dijo que el himno se canta despacito, con cara de serio e intentando que el de al lado no diferencie mi voz de la del resto? Él también deja todo lo que está haciendo (por más que sea algo muy divertido para él) siempre que alguien llora, y aun sin tener mucho vocabulario pregunta y repite “¿Qué le pasa? Está llorando”. Él tiene autismo y nosotros, los neurotípicos ¿Cuántas veces nos hacemos los distraídos y hacemos la “vista gorda” frente al dolor o la necesidad del otro?
Con otro de mis maestros de 23 años, pasamos horas escribiendo, ilustrando un cuento e intercambiando escasas palabras, él dibuja como los dioses y su creatividad va más rápido que mi posibilidad de imaginarme una pizca de eso que a él “le aparece”. ¿De dónde aprendimos que encontrarse con otros es hablar hasta por los codos y no dejar espacio en blanco?
El tercer maestro que quiero citar tiene 13 años, se ocupa de él, de lo que siente, de lo que sabe. No para de hablar de guerras, años, tipos de barcos y misiles. No se priva de investigar, de leer, de saber más de eso que tanto disfruta. ¿Cuántos de nosotros nos tomamos el tiempo de concentrarnos en nosotros mismos? ¿Cuántos de nosotros somos capaces de crecer y aprender sin compararnos con el resto, sin mirar lo mal o bien que lo hace el de al lado?
Encontrarnos con personas con autismo es registrar nuestros propios desafíos y nuestros propios límites (como personas y como sociedad). Es darnos cuenta de que hay otros modos posibles de ser, de estar y de encontrarnos.
Aprendí también que el dos de abril, no sólo es para concientizar sobre el autismo, sus características y la importancia de detectarlo lo antes posible; es un día para honrar y agradecer a todas las personas con autismo, a sus familias y a quienes se suman a aprender y transformarse en esta marea azul.
Vos: ¿qué aprendiste?