Primavera, naturaleza, los niños, los jóvenes y la búsqueda del sentido

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Me siento a orillas del río, es septiembre y el sol abraza tal como si fuera enero. El calor invita a disfrutar del agua, aunque su temperatura nos recuerda que faltan unos días para la primavera. La naturaleza ya nos ofrece los primeros renacimientos de la estación de las flores, aunque la sequía es evidente y hasta que no lleguen las lluvias, al verde le costará inundarlo todo. El agua está demasiado fría aún para nadar en el río.

Estoy con mis hijos y mi esposo, disfrutando de una tarde apacible que transcurre entre risas, juegos y observación de la naturaleza. Mis hijos, Liz y Leo son siempre mi cable a tierra, los niños en general, porque ellos me recuerdan lo importante, lo esencial, la conexión con el disfrute, el asombro que construye y que convoca a evolucionar a nivel espiritural más allá de nuestras obligaciones diarias: deberes de todo tipo, trabajo y profesión. Al menos en mi caso, funciona así.

Observo a mis hijos mientras juegan a ser exploradores con un grupo de otros pequeños que se encontraron y conocieron en el lugar. -¿Podemos jugar?- preguntó Liz, y un mundo de posibilidades se abrieron ante ellos cuando el grupo de pares dió la respuesta positiva.

-Vamos y exploremos, ojo con las piedras resbalosas, exclamaron los aventureros del Diquecito, que son cinco. Los cuento dos veces, son cinco seres pequeños e intrépidos, dispuestos a compartir la tarde haciendo volar la imaginación y deleitándose con el momento, con ese presente que ofrece el placer del juego y del descubrimiento.

Esto sí tiene sentido, pienso. Sí que lo tiene.

Suele pasarme a menudo, cuando contemplo extasiada momentos felices, aparece la contracara, y recuerdo la oposición, la sombra de lo que está siendo, la posible oscuridad que acecha a aquello que que se presenta ante mis ojos como una bendición. Irremediablemente pienso en lo importante que es vivir instantes como estos que atestiguo. Experimentarlos durante la infancia y adolescencia, para que de algún modo, la memoria del joven o del adulto apesadumbrado por su desdicha transitoria o permanente (lamentablemente el hastío y la desazón existencial para muchos, es un mal crónico), por sus días aciagos, pueda recurrir a esas remembranzas que traen cierto sosiego, esa calma reconfortante para los espíritus agobiados.

Inmediatamente recuerdo la reciente noticia de un joven que se quitó la vida con sólo 19 años, y de otra niña de 14 años que lo hizo hace más de un mes en nuestra ciudad… Pienso que ese flagelo social constante que me preocupa desde hace tiempo como mamá, como periodista, como ciudadana de este mundo que se nos presenta tan cruel, pero que mucho antes ya me preocupaba como adolescente amiga de jóvenes que tomaban esa decisión tan drástica. Recuerdo al pibe del videoclub, al que dejaba flores en la bicicleta… Y tantas otras tantas cosas que viví de cerca… Se me estremece la piel con sólo volver por segundos a ese pasado.

Pienso en las estadísticas que me tocó referenciar hace unos días cuando hablé de un proyecto de ordenanza que se había presentado sin poder prosperar en el Concejo de representantes, con el objetivo de prevenir el suicido y sus consecuencias tan tristes, que calan en lo más profundo de nuestro ser. Es un problema que nos toca y nos ataña todos, sin dudas lo es.

Pienso en los chicos y chicas que se fueron sin que nadie se diera cuenta de que eso les podía suceder, porque parece que el tratamiento de la salud mental y su abordaje, sigue siendo un tema muy difícil de afrontar a cualquier nivel: privado y público. No se le presta la debido atención, más allá de la Ley Nacional Ley 27.130 de Prevención de suicidio, que busca acompañar a las personas que intentaron suicidarse y apoyar a sus familias.

Según datos de UNICEF del 2019, los casos de suicidio en la adolescencia se han triplicado en los últimos 30 años, con una tasa de 12.7 suicidios por cada 100,000 adolescentes entre los 15 y 19 años, convirtiéndose en la segunda causa de muerte en la franja de 10 a 19 años.

Pienso en esta aflicción que se expande como una epidemia, y trato de volver a conectarme con el placer de vivir. Me concentro en la belleza del río, del paisaje, percibo el sol acariciando mi piel, la brisa que refresca mi rostro.

En mis cavilaciones comprendo, sostengo e insisto en que los adultos que desempeñamos diferentes roles en la sociedad, debemos hacer algo para evitar que el sinsentido se apodere de nuestros hijos, nietos, sobrinos, amigos, alumnos . Tal como sucedía en La Historia Sin fin, cuando la falta de sueños y de imaginación, la Nada, destruía el mundo de Atreyu y la princesa infantil, soberana de Fantasía . Nuestra función es la de Bastian, ni más ni menos.

Remarco y le comparto a mi esposo, que aunque el Concejo de representantes de la ciudad determine que no es necesario un programa de prevención contra el suicidio, de contención a los familiares de las víctimas, de capacitación a los profesionales de la salud sobre este tema, es necesario hacer algo, hablar profundamente de esto, buscar formas de hacer frente a ese sinsentido. «De manera seria, con profesionales, para evitar que se sigan sucediendo más muertes repentinas de jóvenes, que se lloran toda una vida y se lamentan por la eternidad», le digo, y el silencio se abre paso. No es un proceso fácil, tiene que ver con la educación, la información y el camino espiritural., arriesgo que la insistencia y el trabajo es por ahí.

El sentido de la vida es sin dudas aquello que pretende ser encontrado por todo ser humano que busca el bienestar, o la tan ansiada felicidad. No siempre es fácil, cada uno debe encontrar ese propósito en sus trayectorias vitales y muchas veces el vacio de sentido, la falta de propósitos, los lazos sociales débiles, la falta de contención emocional y de adultos referentes en los momentos de juventud e infancia, hace que se torne complicado hallar lo que nos haga sentir plenos y en paz.

Tal vez, como pensaba Albert Camus, el sentido de la vida radica en encontrar significado en un mundo aparentemente sin sentido. Sobre todo, cuando quien busca sentido percibe al mundo como caótico y colmado de inmurables injusticias, de absurdos, sin un significado claro y definido.

Pienso, en lo personal, que el sentido de la vida está en el modo en que nos vinculamos y comunicamos con otros. Tiene que ver con las formas, la ética y la responsabilidad con la que abordamos y experimentamos en contacto con los otros. La tarea que asumamos para contribuir de algún modo a ese disfrute y aporte en el encuentro con el otro, en ese dar y recibir. Pero sobre todo, se trata de resistir viviendo a pesar de todo, vivir, resistir y seguir viviendo, como una forma de honrar esa vida que nos concedieron.

Hace unos cuantos años ya, leí «El hombre en busca de sentido» de Víctor Frankl. A grandes rasgos, el psiquiatra y filósofo sotiene que el sentido de la vida, puede encontrarse en tres caminos: el trabajo y la realización de algo significativo, contribuir de algún modo a la sociedad, establecer relaciones valiosas con los demás, el amor en sus distintas formas, y encontrar la forma de superarse en el sufrimiento, enfrentando la adversidad, con resiliencia. Él lo sabía porque sobrevivió al Holocausto, al mismísimo horror, y basó su teoría en sus experiencias en los campos de concentración.

Hoy por hoy, la artificialidad y las apariencias en el mundo online, sus redes sociales y el offline, la vida misma, nuestro transitar cotidiano sin freno y centrado sólo en la productividad, hace que perdamos en muchas oportunidades de vista lo que nos produce la sensación de bienestar, lo que nos completa, aquello que nos guía y nos hace sentir en equilibrio con lo que nos rodea. Aquello que nos colma de deseo y nos impulsa para seguir adelante, a pesar de las circunstancias adversas.

Regreso a los ñinos y a sus ansias de vivir, a los adolescentes y su descubrimiento del mundo, a los diversos padecimientos de esa etapa que se presenta tan estimulante como hostil. Pienso una vez más en todo lo que podemos hacer con ellos, a través del vínculo con la naturaleza, el arte, y el abrazo a la comunidad de distantas formas posibles −advierto algunas personas puntuales y organizaciones que contribuyen a esto, y entiendo hay que multiplicarlas exponencialmente− para guiar a nuestros hijos en esta resistencia y aventura de la vida que merece ser vivida y defendida. Tomo la decisión de no dejar este tema solo en preocupaciones y reflexiones. Y esa decisión sigo proyectando, persistiendo …. Creo tener un plan, al menos voy a intentarlo, siempre junto a otros, pienso en esos otros que elijo y me convenzo de que son un musa.

Si hay algo con sentido en la vida, es la existencia del hombre y su insistente devenir y fervor por ella, a pesar de todo, a pesar de nada.

En Argentina, hay varias opciones de servicios de salud mental y líneas telefónicas de ayuda disponibles para prevenir el suicidio.

El Ministerio de Salud de la Nación ofrece atención y orientación en salud mental a través de su sitio web y líneas telefónicas . Líneas Telefónicas de Ayuda: Línea 137 de atención y escucha: es una línea gratuita y anónima que ofrece apoyo emocional y orientación .Línea de emergencia 911: para situaciones críticas y urgentes. En Córdoba capital hay un nueva línea de escucha y orientación en salud mental y adicciones. Tel: 0800-888-5555.

Señales de advertencia del comportamiento suicida

Es necesario siempre prestar atención a estos signos

  • Cambios en el estado de ánimo o comportamiento.
  • Expresiones de desesperanza o frustración.
  • Aislamiento social.
  • Problemas de salud mental no tratados.
  • Abuso de sustancias.

Medidas sencillas para ayudar

  • Escucha activa y sin juicio.
  • Ofrecer apoyo emocional y acompañamiento.
  • Animar a buscar ayuda profesional.
  • No ignorar las señales de advertencia.
  • Informarse sobre recursos y servicios disponibles.

La prevención del suicidio es un esfuerzo conjunto entre la comunidad, los profesionales de la salud y las autoridades.

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