Autoestima: palabrita tantas veces nombrada, tantas veces recetada como el mejor remedio, tantas veces perdida y encontrada.
Generalmente cuando pensamos en “levantar la autoestima”, lo hacemos con la mirada puesta en los adultos. En la mamá que no tiene tiempo ni ganas para arreglarse, en el papá que se abandona a la rutina del trabajo y la panza, en los abuelos que dejan de tener actividad social, pero… ¿y los niños?
La verdad es que yo tampoco me había planteado esta relación, será por el vínculo de amor sincero que tenemos con ellos, porque los queremos como son, porque no nos hace falta que traigan un premio o una medalla para comerlos a besos. Pero afortunadamente se me cruzaron por el camino los concursos literarios y un montón de chicos que asisten al taller.
─Chicos ¿se animan a que participemos?
─¡Sí, seño, más vale!
─No seño, no me animo.
─Bueno, hagamos una cosa, veamos lo que nos sale y si nos gusta lo mandamos.
Así empezó todo. La cosecha de logros y no me refiero sólo a grandes premios, una mención o ver publicado sus textos en una página de Internet, forma parte de lo mismo. Cada premiación fue como una explosión de fuego artificial. Después, el paso del tiempo se llevó el estallido pero no la luz. Por comentarios de sus mamás me enteré que algunos habían repuntado en la escuela como cohetes, que otros comenzaron a leer en voz alta cada vez mejor, o habían mejorado la relación con algunos compañeros que les causaban conflictos. ¿Y eso?… Sí, sintieron que podían dar más de lo esperado. ¡Pum, arriba la autoestima!
Ya no influyeron la cantidad de veces que la mamá había ido a hablar con la maestra, ni las notas de la libreta, ni las clases de apoyo escolar. Se desató ese extraño mecanismo interno de la autoestima.
Los concursos literarios son sólo un ejemplo, seguramente ocurre lo mismo con cualquier actividad de expresión artística o deportiva. El hecho es que hacerle sentir a un niño que es bueno en algo y que a su vez reciba el reconocimiento de otros, es sumamente estimulante. No debemos olvidar que su personalidad es un tallo tierno que está creciendo en su interior, seguramente tendrá cosas para corregir pero habrá otras que se destacan, una baja autoestima incidirá en su valoración como persona en múltiples aspectos de la vida.
Quizás no sea el mejor alumno pero es el que mejor baila la chacarera y lo convocan a todos los actos, tiene una voz ideal para el coro, hace maravillas con los colores y siempre le piden colaboración en la cartelería, toca algún instrumento, tiene destreza en cierto deporte; son muchas las posibilidades.
Sería fantástico que todos los niños pudieran participar de alguna actividad extraescolar, que le ayude a descubrir sus potencialidades, por lo menos así deberían entenderlo las políticas públicas, para que este tipo de actividades sean accesibles a todos y sobre todo porque los niños de hoy son los adolescentes del mañana, etapa por demás conflictiva si se carece de autoestima.
Celebro todas las instancias que permitan a los niños mostrar sus habilidades, no por el espíritu de competir, si no por echo de hacerles sentir que si están participando, será porque son geniales en lo que hacen.
Los adultos tenemos que darles esas posibilidades, hacerle mimos a su autoestima y de vez en cuando regalarles un revoloteo de luciérnagas en el corazón.